La vida de la Iglesia también florece en las alturas andinas. El padre Ademar, párroco de San Juan Bautista de Tacopaya y responsable pastoral de la parroquia Jesús de Ch’alla, comparte el trabajo misionero que se desarrolla en estas comunidades rurales pertenecientes a la Arquidiócesis de Cochabamba.
Tacopaya, ubicada en la provincia Arque, y Ch’alla, en el distrito del municipio de Tapacarí, son zonas de geografía difícil y comunidades dispersas, donde la acción pastoral se organiza por encuentros periódicos que permiten fortalecer la fe y la comunión eclesial. “Atendemos alrededor de 80 comunidades, aunque antes llegábamos a 120. La migración hacia las ciudades o el extranjero ha reducido la población, pero seguimos acompañando a quienes permanecen”, explica el sacerdote.
El trabajo pastoral se realiza con el apoyo de agentes locales y catequistas, muchos de ellos surgidos del compromiso de los propios responsables de las comunidades. “Cada comunidad nombra un responsable que sirve de enlace con el párroco; algunos de ellos se convierten luego en catequistas. Es una forma de mantener viva la fe y el servicio, a pesar de las limitaciones”, añade el padre Ademar.
Las comunidades celebran con especial devoción sus festividades patronales, entre las que destacan San Miguel de Aquerano, la Virgen del Carmen de Ventilla y Santa Catalina de Tacopaya, cuya solemnidad se celebra cada 25 de noviembre junto con la Virgen María de Copay, una histórica réplica de la imagen de Copacabana, atribuida al escultor Tito Yupanqui.
En Ch’alla, aunque la vida pastoral es más sencilla, la fe se expresa con igual fervor. “Se asemeja a las primeras comunidades cristianas: se reúnen en torno al Evangelio, con espíritu de fraternidad y servicio”, comenta el párroco.
Una característica singular de las celebraciones andinas es la presencia viva de la música en la liturgia. “Casi todos tocan un instrumento o cantan. Las misas se viven con alegría y devoción. Por eso organizamos cada septiembre un Festival de Música Religiosa, donde los jóvenes componen y presentan nuevos cantos que expresan su fe”, relata el sacerdote.
Sin embargo, los desafíos son grandes. La falta de recursos económicos y la dificultad de transporte hacen complejo el acompañamiento constante a las comunidades. Además, la migración juvenil genera retos culturales y pastorales. “Muchos jóvenes van a las ciudades o al trópico en vacaciones y regresan con costumbres que no siempre fortalecen la fe o la identidad comunitaria”, afirma.
Pese a todo, el padre Ademar mantiene la esperanza: “El Evangelio sigue resonando en nuestros cerros. Con pocos medios, pero con mucha fe, seguimos sembrando la Palabra de Dios entre nuestras familias andinas. Aquí, la alegría del encuentro con Cristo se vive con sencillez y profundo amor”.

Comentarios
Publicar un comentario