Durante su homilía, Mons. Aparicio explicó que la fiesta de Todos los Santos “es la celebración de todos aquellos que, por su fe, su testimonio y su entrega, han reconocido la voluntad de Dios y hoy gozan de su presencia en el Cielo”. Señaló que no se trata solo de los santos canonizados, sino también de “aquellos hombres y mujeres que, en silencio, vivieron su fe con amor y servicio”.
El Arzobispo reflexionó sobre el texto del Apocalipsis, destacando la imagen de “la gran multitud vestida con túnicas blancas, que lavaron sus vestiduras en la sangre del Cordero”. Enfatizó que “la blancura de esas vestiduras simboliza la purificación a través de la cruz y la pasión de Cristo; es en Él donde encontramos la salvación y la vida nueva”.
Mons. Aparicio subrayó que la vocación a la santidad es un llamado para todos: “Si hay algo común a todos los seres humanos, es que estamos llamados a la santidad. El Evangelio nos dice que son felices aquellos que viven según la Palabra de Dios, los bienaventurados que hacen de su vida un camino de fe y de amor”.
Asimismo, invitó a los fieles a mirar a los santos como “custodios y compañeros en el camino”, y a reconocer también a los seres queridos difuntos que “han hecho su itinerario de fe y gozan ya de la presencia de Dios Padre”.
El Arzobispo recordó la estrecha relación entre las celebraciones del Día de Todos los Santos (1 de noviembre) y la Conmemoración de los Fieles Difuntos (2 de noviembre): “Ambas fiestas están unidas por la esperanza. En la multitud de los santos también viven nuestros seres queridos, que se convierten en custodios y ángeles que nos acompañan”.
Mons. Aparicio concluyó animando a la comunidad a vivir con alegría y compromiso su fe, siguiendo el ejemplo de los santos: “Pidamos que, por intercesión de todos los santos y santas de Dios, podamos también nosotros caminar hacia una santidad real y verdadera, sostenidos por la gracia y la misericordia del Señor”.
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