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Mons. Oscar Aparicio: El justo no es quien se cree perfecto, sino quien reconoce su necesidad de Dios


En su homilía dominical, Mons. Óscar Aparicio, Arzobispo de Cochabamba, invitó a los fieles a vivir una fe marcada por la humildad, la oración perseverante y la confianza en Dios, recordando que la verdadera justicia proviene sólo del Señor y no de los méritos personales.

Reflexionando sobre la parábola del fariseo y el publicano, el Arzobispo señaló que Jesús nos enseña a orar con sencillez y corazón abierto, sin compararnos con los demás ni creernos mejores que otros.

“El fariseo da gracias no por el amor o la misericordia de Dios, sino porque se considera superior a los demás. El publicano, en cambio, reconoce su pecado y pide perdón. Es él quien vuelve justificado ante Dios”, explicó Mons. Aparicio.

El prelado destacó que la oración cristiana es relación viva con Dios, basada en la escucha y en la intercesión por los demás: “No se trata de hacer planes o proyectos humanos, sino de escuchar a un Dios que habla y está presente. La oración debe ser perseverante, insistente y humilde”.

Asimismo, recordó que la actitud del discípulo debe ser siempre la de quien camina con humildad tras el Maestro, reconociendo sus debilidades y confiando en la misericordia divina: “Ningún ser humano es justo por sus propias fuerzas; sólo Jesús nos justifica. Por eso, el que se humilla será elevado”.

Mons. Aparicio exhortó a los fieles a revisar su manera de relacionarse con Dios y con los demás, evitando el orgullo o la autosuficiencia espiritual. “No se construye nada con el odio ni con el poder; se construye desde la humildad y la sencillez, reconociendo que somos pecadores y que necesitamos de Dios”, afirmó.

Finalmente, el Arzobispo animó a los creyentes a perseverar en la oración y a confiar en el Señor con el corazón del salmista: “El pobre invocó al Señor y Él lo escuchó. Que también nosotros seamos esos pobres que confían plenamente en el Señor”.

HOMILÍA DE MONS. OSCAR APARICIO

ARZOBISPO DE COCHABAMBA

Primera cosa que creo que debemos concluir de todo este camino, este itinerario, que la palabra de Dios nos acompaña hoy en nuestro seguimiento al Señor. Hemos dicho tantas veces que es a través de su palabra, a través de sus gestos, de sus señales, de su vida misma, cómo educa a sus discípulos. Y eso mismo hace con nosotros en el tiempo litúrgico, en este darnos a conocer su palabra y destrabar, diríamos así, estos grandes misterios del Señor para nosotros seguirlo a él, para que caminemos auténticamente como buenos, buenos discípulos del Señor.

Permanecemos siempre, eternamente, frente al Maestro como discípulos suyos. Por tanto, si hacemos este camino nosotros con humildad, está, está muy bien, es una buenísima actitud porque nos ponemos siempre debajo del Señor. Él es el Maestro, es el Señor, y Él nos indica cómo ir siguiendo nuestra vida cristiana, cómo seguirlo también a Él.

La oración

Durante todo este tiempo, si se han dado cuenta, está remarcando la oración, una oración que debe ser una relación con el Señor de escucha total. No es escucharse a sí mismo, ni es hacer planes, ni es hacer proyectos, ni es hacer, no sé, situaciones concretas de, puede ser, estrategias, ya sean políticas, sociales o lo que sea, se trata más bien de una relación de escucha, escucha a un Dios que nos habla, que está presente. La oración debe ser perseverante, perseverante, insistente, continua, de siempre, para que esta actitud nosotros podamos también ir descubriendo lo que Dios nos quiere decir.

Esta palabra, esta oración debe ser una oración suplicante, aquella que intercede por los suyos, que suplica, que no sólo piensa en sí mismo, sino también pone en contexto a los demás. Es una oración que debe estar siempre vigilante y atenta, ya no más el anterior domingo, prácticamente, que nos viene a decir todo aquello. Y es una oración, entonces, en humildad, es una oración de intercesión.

Es una oración que hoy casi que la podemos decir, una oración también de perseverancia, de atención y de escucha. Vean que el contexto, justamente, en el que Jesús habla de esta parábola, es en el templo. Dos que oran, dos que están en el templo en esta actitud ciertamente diferente, pero quería remarcar esto como primera cosa, es volver a decir de parte de la palabra de Dios, que es fundamental, fundamental en la vida del cristiano, del discípulo, es fundamental esta oración que le ha ido desmenuzando poco a poco.

Hoy encontramos a esto. Les invitaría que repasemos un poquito el Evangelio. Son dos personas, pero Jesús, si dice la parábola, la dice por qué, y aparece en el principio ya del Evangelio.

Refiriéndose a algunos, Jesús, saben que está en estas controversias con sus contemporáneos, Jesús propone la palabra, anuncia el reino de Dios, Jesús encuentra reacciones. Por ejemplo, también muchos empiezan a maquinar cómo aprenderlo y cómo llevarlo después también a poder algún juicio y luego también incluso a la muerte. Encontrándole, queriendo encontrar dónde puede cometer el error.

Algunos se creen más justos que otros

Jesús, en confrontación con los demás, se da cuenta de eso, que hay algunos, algunas personas que se creen más justos que otros. Hay de aquellos que hacen distinción de personas, hay de aquellos que privilegian una cosa y menosprecian otra, lo que de alguna manera dice el sabio en Eclesiastés. Es cierto que pone primero que Dios es el justo, Dios no hace discriminación de personas, sin embargo, en este mundo existen aquellos que hacen distinciones.

A esto se refiere, se tenían por justos y despreciaban a los demás. Jesús propone la palabra. Y aquí viene una cuestionante. ¿Tú quién eres? ¿Tú cómo actúas en el seguimiento a Jesús? ¿Cómo actúas en tu vida diaria y cotidiana? ¿Cómo afrontas tu vida? ¿Cómo afrontas los acontecimientos? ¿Cómo son tus relaciones interpersonales? ¿Cómo son? Dos hombres subieron al templo para orar. ¿Una actitud? Lo hable. Y hasta esto nos lo enseña Jesús.

Uno era fariseo y el otro publicano. Pongamos a estas personas en medio de nuestra asamblea. ¿El fariseo quién es? Es aquel que se esfuerza por cumplir la ley.

Es aquel que se esfuerza por tener una vida de perfección. Es aquel que se esfuerza por educarse amplia y conocer las Escrituras, estar en la ley de Dios. El fariseo no es cualquiera.

El fariseo es un estudioso, es un creyente, es uno que camina en este sentido también de tener casi como una consagración y ser puro, ser alguien idóneo, alguien que de verdad entre en la ley y los profetas de buena voluntad. ¿Quién es un publicano? Un pecador. Es alguien que casi que de la masa común, ¿no es cierto? Nosotros podríamos a veces asemejarnos un poco a él.

El publicano es aquel que a veces camina desorientado, que se equivoca. Es aquel que, pobre, tiene que vivir a veces a los impulsos de lo que viene cada día. Es aquel que a veces no sabe diseñar bien sus sentimientos.

Un publicano es alguien de verdad que no es muy sabido ni muy ortodoxo. Es considerado un publicano, un pecado. Están estos dos. Los dos suben al templo para orar. El fariseo de pie oraba así. Escuchen bien. Aunque yo esté repitiendo el evangelio. El fariseo oraba así. Dios mío, te doy gracias.

¡Ay caray! Qué mejor comienzo, ¿no es cierto? Ponerse delante de Dios y decir, te doy gracias, Señor. Pero, dice, yo no soy como los demás hombres que son ladrones injustos y …. ¿Por qué da gracias a Dios? ¿Por su misericordia? ¿Por su amor? ¿Por qué le perdona los pecados? ¿Por qué de alguna manera le ha dado la posibilidad de ser fariseo? ¿Por qué le da la vida? ¿Por qué le da la capacidad de estar en este pueblo y acudir al templo? ¿Le da gracias porque tiene posibilidad de estudiar? ¿De entrar y penetrar la palabra de Dios, la escritura, los profetas y su palabra? No.

Te doy gracias porque yo soy mejor que cualquiera de estos otros. Yo no soy un pecador. No te doy gracias porque tú me has dado la vida o porque tú me haces ser consciente de pecador.

Te doy gracias porque yo soy el mejor. ¡Caraspa! Aquí viene el gran equívoco. Ni tampoco como ese publicano llega al extremo.

Se compara. Aquel que es su vecino, que está rezando, ¿ya?, que también se pone en la misma actitud hacia Dios, lo menosprecia. Ayuno dos veces por semana yo.

Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de mis entradas. ¿A este se refiere Jesús cuando dice hay algunos que se creen justificados y que menosprecian a los demás? Por supuesto. Tú, yo, ¿en qué actitud nos ponemos? Aquí en la misa, ahora, ¿en qué actitud estamos? El publicano, en cambio, dice la escritura y dice la palabra.

Manteniéndose a distancia no se animaba ni siquiera a levantar los ojos del cielo, sino que se golpeaba el pecho. Diciendo, escuchen bien, en comparación al otro. Dios mío, ten piedad de mí que soy un pecador.

Es consciente de lo que es. Es consciente que se ha separado de Dios. Es consciente que no siempre ha respondido bien.

Es consciente que sus relaciones interpersonales no siempre han ido bien. Es verdad que tiene nomás en sí estas limitaciones grandes, actitudes de alejarse de Dios. ¿Saben qué es el pecado? Literalmente, no dar en el blanco.

 Ir por otro lado. Es aquel que se equivoca. Pero una cosa fundamental, es aquel que reconoce que necesita ayuda.

Aquel que se equivoca

Es un pecador. Señor, ten piedad de mí. ¿Tú quién eres? ¿Eres como éste? ¿Yo soy como éste? ¿O como el otro? Les aseguro, concluye Jesús la parábola, les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero.

Porque el que se eleva será humillado y el que se humilla será elevado. Hermanos míos, hermanas mías, ¿quién es el justo? ¿Quién es el que camina en el camino recto? ¿Quién hace la voluntad de Dios? ¿Quién responde positivamente a Dios? ¿Quién propaga el reino de Dios? ¿Quién es justo o justificado por Dios Padre? Es Jesús, por autonomía. Y Él nos justifica a nosotros.

Hermanos míos, ningún ser humano, ningún ser humano es de por sí justo, ni siquiera por sus propias fuerzas, ni siquiera por sus propias fuerzas, ni siquiera por su gran sabiduría, ni siquiera por sus acciones de caridad. Se es justo sólo y únicamente si Jesús nos asimila y si Jesús nos ha justificado a nosotros. Por eso la actitud del publicano viene a ser que lo justifica frente a Dios, le perdona a los pecados.

Y no así el fariseo, porque que cree que es el perfecto, realmente no será justificado. Aquel que se humilla sí que será justificado. Hermanos míos, qué bella lección, ¿no es cierto? Para nosotros hoy, que queremos ser discípulos del Señor, que el Señor nos ayude entonces a todos y cada uno en esta actitud, en estas relaciones con el Señor.

Qué bien que se nos cuestione, ¿no es cierto?, en la vida. A ver, yo que vengo, yo que rezo, yo que vengo al templo, yo que celebro la misa, yo que quiero tener una conducta buena, yo que quiero el bien para los demás, yo que busco lo mejor para mi país. A ver, cómo real y verdaderamente actúo con Dios y en respuesta a Dios y en respuesta al amor hacia mis hermanos.

Seamos sinceros, hermanos, tenemos ejemplos, miles, millones de ejemplos, que no se construye nada con el odio, no se construye nada con aquellos que se sienten más poderosos porque un día se les acaba. Se construye más en esta humildad y sencillez, siendo justificados por el Señor, reconociendo que somos pecadores. Y a este propósito, si ustedes se dan cuenta, hace ya más de un mes que no estaba yo en la misa, lo primero que haremos es reconocer, ser conscientes de nuestro pecado.

Por eso estamos rezando el yo confieso o hacemos alguna otra oración concretamente. No vamos al directo al canto del Señor Jesús, ten piedad de mí, porque no sustituye. Es bueno que nosotros seamos conscientes de que somos pecadores y ni siquiera nos antiguamos después.

¿No es cierto? ¿Se han dado cuenta de estos actos? Se trata de aquello, hermanos míos, reconozcamos nuestras debilidades y ojalá que podamos, como en el Salmo, entrar también nosotros en este espíritu. El pobre invocó al Señor y él lo escuchó. Que seamos estos pobres que invocan al Señor, se confían en el Señor para que Él los escuche.

Amén.


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