El Jubileo "Peregrinos de la Esperanza", convocado por el Papa Francisco, nos invita a reflexionar profundamente sobre la identidad y misión del laico en la Iglesia y en nuestro mundo actual.
Esta misión se fundamenta en la vocación universal a la santidad subrayada en la Constitución Dogmática Lumen Gentium, donde se afirma que todos los bautizados, sin excepción, están llamados a vivir plenamente su fe y a transformar las realidades temporales desde dentro.
Siguiendo esta misma línea, la Exhortación Apostólica Christifideles Laici, de Juan Pablo II, enfatiza la importancia de que el laico viva su fe con coherencia, siendo testigo en todos los ámbitos sociales, políticos y económicos.
El laico del Jubileo de la Esperanza, por tanto, es alguien cuya vida cotidiana refleja auténticamente la presencia y la acción de Dios en el mundo.
Inspirados por Laudato Si', los laicos están llamados especialmente a comprometerse con una ecología integral.
En este sentido, el laico del Jubileo vive una espiritualidad encarnada, responsable y profética frente a los desafíos ambientales y sociales actuales.
Derriba muros de indiferencia, prejuicios y exclusión, esforzándose continuamente por vivir una cultura del diálogo, la hospitalidad y el respeto hacia cada ser humano, especialmente hacia aquellos que sufren la marginación o la pobreza.
El reciente Sínodo sobre la Sinodalidad reafirma esta dimensión profundamente comunitaria del laico. Según el Documento Final del Sínodo, la Iglesia debe ser una comunidad que escucha y discierne junta, reconociendo la corresponsabilidad y participación activa de los laicos.
Este Jubileo demanda laicos que no solo participen, sino que asuman plenamente su protagonismo en la vida y misión eclesial: los laicos no son meros “colaboradores” de la jerarquía, sino protagonistas indispensables.
En palabras de Lumen Gentium, son llamados a ser “sal de la tierra y luz del mundo”, llevando la fuerza del Evangelio a donde los ministros ordenados no pueden llegar.
Este laico del Jubileo se caracteriza además por una espiritualidad auténtica y comprometida.
El Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium, recuerda que la vocación laical implica un camino de santidad en la vida cotidiana.
Se trata de una santidad encarnada, alimentada diariamente por la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria, y especialmente la Eucaristía, centro de su vida cristiana.
Finalmente, el Jubileo de la Esperanza nos convoca a una Iglesia que sale de sí misma, llevando esperanza a todas las periferias existenciales.
Como claramente señala la Exhortación Evangelii Gaudium, necesitamos laicos valientes, comprometidos, llenos de alegría y decididos a llevar la luz del Evangelio a los lugares más oscuros, porque, como afirma Francisco, la esperanza cristiana nunca defrauda.
Este es el laico que busca, promueve y necesita la Iglesia en este Jubileo de la Esperanza.
Como religioso jesuita, me uno con entusiasmo y gratitud a esta llamada, acompañando y animando a los laicos en su indispensable y hermosa vocación.
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