Si somos iluminados por el Señor, podemos iluminar a los demás. Podemos iluminar a los demás. Tú por ti mismo, ¿eres capaz de dar a luz al otro? ¿La luz? Siempre y cuando aceptas, dejas que Dios ilumine tu vida, dejas que esta candela no se apague, puedes iluminar a los demás, dijo Mons. Oscar Aparicio, Arzobispo de Cochabamba durante la alocución de su homilía de hoy domingo 02 de febrero Fiesta de la Presentación del Señor.
HOMILÍA DE MONS. OSCAR APARICIO
ARZOBISPO DE COCHABAMBA
Este ha sido llamado, lo reconocemos y lo presentamos al mundo entero, que en este caso de Jesús es la luz, es la candela, es la salvación. Por eso la imagen misma de la Virgen María, que cuando tiene a un Niño Jesús en un brazo y tiene en el otro la candela y los dos pichoncitos en una canasta, es referido justamente a este momento muy particular. Jesús al ser presentado, escuchamos esta hermosa y gran narración.
Por eso, cuando dice, llegó el momento fijado por la ley de Moisés para la purificación de ellos, es decir, de José María, llevan también al niño a Jerusalén, al templo, al lugar consagrado, al lugar donde hay la relación íntima con Dios, para presentarlo al Señor como está escrito en la ley. Lo que hemos escuchado ya al inicio. Un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel.
Bien, qué
hermosas son las palabras. Estamos hablando de un expectante. Estamos hablando
de un sacerdote.
Estamos hablando de un hombre lleno del Espíritu Santo. Estamos hablando de un justo. Estamos hablando de uno dedicado a la manifestación de Dios o en el templo, para escuchar la palabra, para ver si Dios cómo se va a manifestar. Estamos hablando de un anciano entrado en años. Que dice. Ahora, Señor. Puedes dejar que tu servidor muera en paz. ¿Por qué? ¿Estás designado de la vida? ¿Está cansado? No. Porque mis ojos han visto la salvación.
Por eso
tiene al niño en brazos. Y por eso lo presenta al mundo entero. Porque tú esta
salvación la has preparado desde siempre.
El Señor, luz que ilumina nuestras vidas
Luz. Luz para iluminar a las naciones pagadas y gloria de tu pueblo Israel. La luz se nos ha manifestado. La salvación, el amor, el perdón ha llegado a nosotros. Nuestras tinieblas y nuestros miedos han sido disipados. Ahora, Señor. Puedes dejar a tu siervo que pueda morir en paz. Si dice Simeón esto, nosotros también podemos decir lo mismo. Espero que sí.
Se nos ha
presentado la luz. ¿La reconoces? ¿Reconoces a Jesús presente en tu vida, en tu
familia? ¿Reconoces que ciertamente en tus limitaciones el Señor ilumina tu
vida? Aquel que es la palabra. Como el anterior domingo decíamos. Aquel Jesús
que te llama a experimentar en tu vida su presencia. Está en ti. Se te ha
presentado. Lo aceptas. Te dejas iluminar. Te dejas amar por él.
Dejas que su luz guíe tu camino. Son miles de preguntas que nacen. ¿Quieres ser Simeón? ¿Quieres ser como María? ¿Quieres ser como los apóstoles? Si tu vida de consagrado, de consagrada al Señor, porque también hoy se celebra esto.
La vida, la vida, el ministerio, la actividad de los consagrados al Señor. Aquellos que por amor al reino y por amor a anunciar esta presentación del Señor a los demás, dedican su vida a aquello. Por esos religiosos, religiosas, consagrados en el Señor, que dedican aquello para indicar quién es el Mesías, quién es la salvación, de dónde viene la luz o quién es la luz.
Queridos hermanos y hermanas, de verdad que este día lleno de gozo, de alegría, de esta presentación del Señor a nosotros nos llene justamente de esta presencia serena de Dios, que nos conceda la paz, que ilumine nuestras vidas, que nos impulse a ser también hombres, mujeres del Espíritu Santo. Que seamos capaces de conciliarnos entre nosotros, amarnos como hermanos, reconociendo a Jesús que vivamos aquí en nuestras familias, en nuestra arquidiócesis. Aquellos como tenemos los objetivos más grandes, queremos ser una iglesia de comunión, de unidad, de participación, indicando a aquellos que más necesitan el sentido profundo de la vida, Dios presente en nuestras vidas.
Que la luz de Jesús habite en nuestros corazones
La Virgen María, ya habiendo dado a luz a
Jesús, tiene en brazos al Señor, tiene esta canastita donde están las dos tórtolas
o los dos pichones, ¿no es cierto? Y quiere decir que ha sido presentado y se
ha conocido por Simeón, es anunciado al mundo entero. Por eso Él es esta luz
que habite en nuestros corazones, que nos dé mucha alegría y mucho gozo, que
nos capacite para seguir caminando con buen espíritu en este mundo, porque se
trata también de aquello, ¿no es cierto? Queridos hermanos, caminar en buen
espíritu, haciendo el bien, iluminados por su Palabra, iluminados por sus
enseñanzas. Y aunque parezca, como dice también el profeta, aunque parezca a
veces contradicción, y que este Rey, esta luz, que pese a que está presente
también, es contradicción para muchos, porque aquellos que buscan la guerra son
llamados a la paz. Aquel que busca sólo el interés personal es llamado a la
comunidad. Aquellos que buscan sólo y únicamente, o el querer, o el saber que a
través de sus acciones de tiniebla puede venir la luz en el mundo, son llamados
a mirar a Jesús para ser iluminados por Él y después iluminar a los demás.
Que sea pues éste nuestro sentido, que sea éste nuestro espíritu. Porque nosotros mismos, por nosotros mismos no somos luz, no tenemos ni siquiera la luz. Somos como la luna, ¿no es cierto? Oscuros, inertes, no tenemos luz propia. Si somos iluminados por el Señor, podemos iluminar a los demás. Podemos iluminar a los demás. Tú por ti mismo, ¿eres capaz de dar a luz al otro? ¿La luz? Siempre y cuando aceptas, dejas que Dios ilumine tu vida, dejas que esta candela no se apague, puedes iluminar a los demás.
Felicidades entonces a todos ustedes, hermanos y hermanas, que esta candela también que nosotros podamos ser, nos ayude justamente a tener mejores relaciones, mejor espíritu, que construyamos una comunidad de paz, de amor, que ilumine la vida y sobre todo en estas situaciones tan difíciles, ilumine nuestras familias, ilumine nuestros gobernantes, ilumine nuestras actitudes, ilumine nuestra solidaridad. Que seamos capaces de consagrarnos también nosotros plenamente a Dios y así a ser presente en este mundo, el reino de Dios. Amén.
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