La mañana de hoy miércoles
8 enero inició la XXXVIII Asamblea anual de la Conferencia Boliviana de
Religiosos en la casa de la CBR de Cochabamba. La actividad inicio temprano con
las inscripciones, posteriormente se realizó la eucaristía inaugural del evento
que estuvo presidida por Mons. Fermín Sosa Rodríguez, Nuncio apostólico de su
santidad en Bolivia.
Durante la
alocución de su homilía la autoridad eclesial dijo: Estamos aquí para el mismo
objetivo, y es no solamente acrecentar el número de bautizados, sino hacer
realidad en nuestro mundo el Reino de los Cielos. Si no existe una comunión
entre las congregaciones y los Obispos, buscando un mismo objetivo, se da un
mensaje erróneo al Pueblo de Dios, de que somos dos Iglesias.
Estamos aquí para
el mismo objetivo, y es no solamente acrecentar el número de bautizados, sino
hacer realidad en nuestro mundo el Reino de los Cielos. Si no existe una
comunión entre las congregaciones y los Obispos, buscando un mismo objetivo, se
da un mensaje erróneo al Pueblo de Dios, de que somos dos Iglesias, exhortó
Mons. Fermín Sosa.
La
actividad que inició hoy 8 de enero concluirá el día viernes, estuvo acompañada también por Mons. Oscar Aparicio,
Arzobispo de Cochabamba, Mons. Juan Gómez, Obispo responsable de la Vida
Religiosa de la Conferencia Episcopal Boliviana.
Programa
del Encuentro (Descargue aquí)
HOMILÍA DE MONS. FERMIN SOSA RODRÍGUEZ
NUNCIO APOSTÓLICO DE BOLIVIA
EUCARISTÍA DE INAUGURACIÓN DE LA XXXVIII
ASAMBLEA DE LA CONFERENCIA BOLIVIANA DE RELIGIOSOS
Como dije al
inicio, es para mí un honor poder celebrar esta Eucaristía de apertura del
XXVIII Encuentro Nacional de Vida Religiosa en Bolivia. Quisiera agradecer a la
hermana Margarita Canchari que me ha invitado a participar a este evento muy
importante en la vida de la Iglesia en Bolivia.
Tal vez piensen
que esa reunión sea una más entre todas las que tienen durante el año, pero yo
les puedo asegurar que estos momentos de comunión eclesial son importantes para
el crecimiento también del Pueblo de Dios, ya que todo lo que ustedes realicen
en este encuentro, en el diálogo, en la oración y en la reflexión, sobre su
aportación como consagrados a la vida de la Iglesia, va a ser también en favor
de la construcción del Reino de Dios aquí en la Tierra. Estamos en el tiempo
que reflexionamos también sobre la Epifanía del Señor. Es el gran momento en el
que Niño Jesús se manifestó no solamente a unos pastores que estaban cerca de
él, sino que también a aquellos que se hallaban lejos de lo que estaban
abiertos a reconocer a Cristo como el Hijo de Dios.
Los Reyes Magos
representaban aquellas sociedades que buscaban la Luz que los guiada por nuevos
senderos, nuevos senderos en la búsqueda de la Justicia y de la Paz. Los Reyes
Magos aportaron cada uno un don diferente, pero que juntos estos dones
manifestaban la naturaleza de aquel a que iban a adorar. Así también ustedes,
queridos hermanos y hermanas, como consagrados, dan sus propios dones para que
juntos puedan dar a conocer al Señor de señores, al Salvador y Refugio del
Mundo.
El Papa
Francisco, en un encuentro con los superiores generales de 2013, le preguntaron
qué tipo de vida consagrada esperamos hoy. Su respuesta fue que se ofreciera un
testimonio especial. El Hijo debe de ser verdaderamente testigo de un modo
distinto de hacer y de ser. Debe encarnar los valores del Reino. Y añadió que
se requiere un enfoque radical de todos los cristianos, pero los religiosos
están llamados a seguir al Señor de manera especial. Son hombres y mujeres que
pueden despertar el mundo e iluminar el futuro.
La vida
consagrada es profecía. Ser profético, dijo, es reforzar lo que es
institucional en la vida consagrada, es decir, el carisma de la congregación,
sin confundir esto con la obra apostólica que se realiza. Lo primero permanece,
lo segundo pasa, el carisma permanece porque es fuerte. Y decía, a veces se
confunde carisma y su realización práctica. Lo primero es creativo, busca
siempre nuevos caminos. El testimonio carismático debe ser realista, decía el
Papa.
Por eso el tema
en el que van a trabajar en estos días, vida religiosa, centinela de la
esperanza y sinodalidad, es un tema en el cual el carisma de cada uno de sus
propias congregaciones se hará presente, sobre todo en este año del Jubileo de
la esperanza y también esa nueva forma de ver y de vivir dentro de la Iglesia,
que es la sinodalidad. Es decir, el Papa, durante ese mismo encuentro, decía
que las diócesis tienen necesidad de sus carismas. Y esta es una realidad latente,
ya que ustedes no son simplemente manos de ayuda, sino que son las que
enriquecen a la Iglesia con sus propios carismas. Eso decía el Papa. Pero hay
un peligro de no trabajar juntos. Dios existe y con congregaciones religiosas,
en la cual se piensa que no están unidas las unas con las otras. Sin embargo,
es importante este trabajo conjunto entre las dos entidades. Estamos aquí para
el mismo objetivo, y es no solamente acrecentar el número de bautizados, sino
hacer realidad en nuestro mundo el Reino de los Cielos. Si no existe una
comunión entre las congregaciones y los Obispos, buscando un mismo objetivo, se
da un mensaje erróneo al Pueblo de Dios, de que somos dos Iglesias.
El Papa dice
además, y que no es capaz de vivir la vida comunitaria, no es apto para la vida
religiosa. Y esto también puede ser aplicable al trabajo conjunto entre todos
los miembros de la Iglesia. En la primera lectura hemos escuchado, podemos
decirlo así, el redescubrimiento de nuestra vocación de consagradas. Él nos llamó
primero, es Dios quien tuvo la iniciativa para amarnos. Esta palabra la hemos
dicho infinidad de veces a mucha gente, la hemos predicado en retiros espirituales,
en homilías, en encuentros sacerdotales y religiosos y religiosas, pero creo
que muchas veces la hemos predicado tal vez externamente. Esa frase nos llama a
la intimidad con Dios. Es una invocación a nuestro primer llamado y a una
respuesta de seguirlo. Así como María dijo, sí, esa fía incondicional, perdón,
de María al Ángel, es la misma fía al que nosotros también decimos adiós en
este amor que él nos llamó primero. Por eso el mismo Apóstol San Juan nos ayuda
a descubrir cómo se manifiesta este amor.
Él nos llamó
primero para que nosotros podamos también compartir ese amor a los demás. De
ahí nace la vocación para entregarse a los demás y ser centinela, es decir,
estar siempre en guardia para que la luz de Cristo no desfallezca en nuestra
sociedad. Como las vírgenes que esperan a su amo, recordamos ese pasaje de
Mateo en el Valle de las Diez Vírgenes, entonces también nosotros estamos a la
espera, centinelas de la esperanza, para que ese amor infundido por Dios en
nuestro corazón pueda ser manifestado a través del amor al prójimo.
El que ama a Dios
debe manifestarlo en el cumplimiento de su voluntad. Y nosotros no estamos
exentos a ese amantamiento, sino al contrario, estamos obligados por el mismo
amor a vivirlo y manifestarlo con nuestras obras y en nuestras obras. El
Evangelio de hoy, un Evangelio también muy conocido, la multiplicación de los
panes, pero eso para nosotros también es importante. ¿Por qué? Porque cuando le
dicen a Cristo hay tanta gente y no hay alimentos, Cristo pone a prueba a todos
sus discípulos, pone a prueba a sus apóstoles y les dice, ah, que le den
ustedes de comer, den ustedes de comer. Ciertamente, yo puedo imaginar la cara
de los apóstoles, todos así, con una cara de interrogación, que muchas veces
nos pasa a nosotros. ¿Cuántas veces en nuestras misiones, cuántas veces en
nuestra congregación, en la parte de vocaciones, el ánimo, los problemas que
llevan nuestras mismas congregaciones, nos interrogan sobre esa misma frase,
ese mismo amantamiento, esa misma pregunta que Jesús le hizo a los apóstoles,
denme ustedes de comer?
Y muchas veces
nosotros nos quedamos también con esa cara, qué vamos a hacer? Sin embargo,
los apóstoles no se quedaron acordados, inmediatamente buscaron entre todas
esas gentes, a un joven que tenía ya cinco panes, ¿no?, y dos pescados,
buscaron algo, había algo con que empezar, y ahí viene el milagro, ahí viene el
milagro de Dios, diciendo o enseñando en este acto, que Cristo está siempre con
nosotros, a pesar de que tengamos poco, a pesar de que tengamos poco. He
visitado algunas congregaciones de ustedes, en el año pasado, desde que llegué,
y he visto la dificultad de muchos de ustedes, en cuanto a la falta de
vocaciones, pero que esto no nos desalinee, al contrario, eso lo deben ustedes
de invitar a estar más unidos a Cristo. Y ya me puedo imaginar la cara de los
apóstoles, cuando vieron cinco panes y dos peses para tanta gente, dijeron,
bueno, ¿y esto cómo lo vamos a hacer? Y es por eso que Cristo dijo, bueno, que
los pongan por grupos, y ya los apóstoles empezaron a trabajar.
Queridos
hermanos, no olvidemos que nosotros también participamos de la apostolicidad de
los primeros apóstoles. Es verdad que sacramentalmente los obispos representan
a los apóstoles, pero en el trabajo cotidiano de nuestra vida pastoral, ustedes
están allá, ustedes llegan a la gente. El obispo no puede llegar a todos, el
obispo llega a través de sus sacerdotes, y a través de ustedes, con sus propios
carismas, a la gente, al pueblo de Dios, aquellos que estaban sentados allá en
el monte, en el pasto. Es ahí donde nosotros ponemos nuestros carismas, pero lo
más grande que tenemos, nuestra fe. Que eso no decaiga, nuestra fe. Porque
muchas veces, con todos los problemas, ¿qué hacemos cuando empezamos a cerrar
casas, empezamos a cerrar, a disminuir nuestras obras sociales, a disminuir
nuestra presencia en ciertas cosas? ¿Por qué? Porque nos hacen falta manos, nos
hacen falta recursos, nos hacen falta esto. Y muchas veces perdemos pues esta
dimensión de la fe, de que no es nuestra iglesia, es la iglesia de Cristo. Y si
es la iglesia de Cristo, Él nos va a dar, en su momento oportuno, lo que
nosotros necesitemos para cumplir nuestra misión. ¿Qué debemos de tener
nosotros? Esa apertura, esa apertura a vivir con fe la voluntad de Dios.
Y eso es lo que
los apóstoles hicieron, siguieron el mandato de Jesús, empezaron a poner en
grupos a todas las personas, y después no cogieron más, más de lo que había.
¿Por qué? Porque la providencia es más grande que nuestro esfuerzo, la
providencia es más grande que nuestras manos. Nosotros solamente ponemos lo que
nos corresponde poner, pero lo ponemos con amor, porque Él nos amó primero.
Y en la respuesta
que nosotros damos, damos respuesta a ese amor, amándolo también, haciendo lo
que Él nos invita a hacer, lo que nos pide hacer, que es manifestar el amor del
Padre a un mundo que cada vez está más alejado, cada vez está más dividido,
cada vez pierde un poco más la esperanza. Y ustedes, queridos hermanos, junto
con sus obispos y sacerdotes diocesanos, somos los que damos la esperanza al
pueblo, pero una verdadera esperanza, no la esperanza que da un partido
político o un grupo, sino que nosotros damos la verdadera esperanza que es
Cristo, Cristo mismo. Por eso, les deseo en estos días de reflexión, que el
Espíritu Santo derrame su sabiduría en ustedes, para que con esa fortaleza que
Él da, a través de su Espíritu Santo, puedan trabajar siempre para la
construcción de ese reino, que así sea.
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